jueves, 3 de enero de 2013

María Teresa Hincapié (2) La mujer, los pies, el espacio


María Teresa Hincapié, Divina Proporción, Performance



María Teresa Hincapié, al otro lado del péndulo histórico, quiso sacar sus piernas, sus manos, su tronco, su cabeza, su piel, de esa celda real y simbólica  impuesta de mil maneras, como una jaula estática e implacable, sobre la corporalidad femenina. Emprendió entonces con su cuerpo contemporáneo la tarea inédita de apropiarse del mundo con el movimiento, asumiendo el reto de recuperar el espacio físico y simbólico con sus pies.
María Teresa Hincapié, Divina Proporción, performance, 

Los pies no son órganos  que se les haya reconocido plenamente  a las mujeres. Las  representaciones de los cuerpos femeninos, al contrario,  milenariamente se han engolosinado con sus divinos rostros, sus generosos senos, sus amplias caderas, sus misteriosas espaldas, tal vez sus  lúbricas piernas. Los pies, en cambio, han sido órganos subvalorados, con la única función estructural de sostener lo de arriba, como un zócalo o la base de una columna. Expulsados de los discursos de la belleza,  la moral o la urbanidad, se han ignorado en los imaginarios sociales del cuerpo y, por supuesto, también  en sus representaciones. Tal vez alguno que otro pie de mártir o de Virgen María se haya asomado tímidamente en las imágenes barrocas, pero sólo  para hablar de la humildad cristiana y la renuncia antes de volver a esconderse. En otras ocasiones, tal vez  han sido el objeto de interés de cierto fetichismo sexual. O la marca de clase en la Colonia entre quienes estaban calzadas como las blancas descendientes de españolas y quienes no lo hacían como las indias, las negras y las mujeres del pueblo bajo. De resto no han existido, opacados por su insignificancia. Siempre ha sido más fácil imaginarse a una mujer sentada y calzada con zapatillas en un trono, un reclinatorio  o una mecedora, siempre esperando, que  realizando algún tipo de desplazamiento o movimiento.   

Al contrario de las místicas y estáticas monjas, María Teresa  sólo concibió lo sagrado en la relación de su cuerpo con el espacio. Su obsesión fue conquistarlo, no solo en extensión sino en intensidad. La finalidad de su práctica artística  fue instalar afirmativamente su cuerpo en el espacio, lo cual se tradujo en movimiento y rito, las dos grandes coordenadas que siempre la guiaron.  Así,  dedicó su vida a pararse firmemente sobre sus pies, a hincarlos con seguridad en la tierra, a desplazarse con ellos por el mundo. No en un afán territorializante masculino, sino más bien en el sentido de una artista como Ana Mendieta, siempre aspirando, en medio de los desarraigos, a encontrar suavemente un lugar en el mundo.

María Teresa Hincapié, Una cosa es una cosa, performance,

En esta búsqueda, investigó primero su entorno espacial inmediato, el de un parque, el de una galería, el de las salas de un museo.  En su versión del performance Una cosa es una cosa” de 2005 (realizado originalmente en el Salón Nacional de 1990), María Teresa Hincapié llevó a la Iglesia de Santa Clara de Bogotá todas sus escasas pertenencias materiales, marcando este lugar de cultos colectivos con jirones de su más profunda intimidad. Desplegó sus cosas sobre el piso, resacralizando con mojones particulares y prosaicos esta topología  pública hasta interceptarla con los límites de la suya. Con movimientos lentos y reflexivos, sacó cada objeto, lo acarició con las manos, la mirada y la mente. Así, le dio con sus movimientos rituales un lugar en el mundo a los labiales, las ollas, el cepillo de dientes, los pocillos, ordenándolos una y otra vez en diferentes complejos asociativos, con los que armaba y desarmaba la vida cotidiana. Y con los que construía y deconstruía un espacio donde su cuerpo fuera posible: “Traslación aquí. Enseguida. En la Esquina. En el centro. A un lado. Cerquita de él. A ella. Muy lejos. Más lejos. Muchísimo más lejos. Lejísimos. Aquí las bolsas. Aquí el bolso. Aquí la tula. Aquí la caja. … Vaciamiento dispersión. Todo se vacía. Todo sale. Todo se dispersa…”[1].  De esta manera, en un edificio colonial donde tradicionalmente se había practicado la clausura de las novicias y la absoluta negación espacial de la corporalidad femenina, se ubicó a sí misma, a su cuerpo, en el sistema solar de los objetos que posibilitaban su existencia… El espacio para la mujer dejaba así de negarse.

El no-lugar de la guerra

María Teresa Hincapié, Una cosa es una cosa, performance,

Curiosamente, en estos objetos desplegados, volvemos a encontrar  la misma iconología de la intimidad encarnada en aquel vocabulario objetual y femenino de las Casas Viudas de Doris Salcedo. Vuelve  a aparecer aquí un corpiño, una sábana blanca, un zapato femenino remitiendo a un cuerpo de mujer. Sólo que mientras en la obra de aquella el cuerpo evocado por estos objetos íntimos no estaba presente (la guerra lo había aniquilado), en la propuesta de María Teresa  el cuerpo al que aluden esos objetos estaba  allí, vivo y presente, jugando con ellos, reflexionando con ellos, moviéndose por ellos, buscando un lugar en el mundo a través de ellos. Reconstruyendo y creando así un territorio.
Es que los objetos de Doris Salcedo son sobrevivientes de hecatombes donde han explotado los cuerpos y se ha asesinado el espacio. Por ello se esparcen desinstalados por geografías fantasmales, por los no-lugares de la guerra, por los espacios negados de la violencia. Hablan de la ausencia y de la pérdida, pues en este espacio destruido sólo son posibles unos objetos diseminados que no hallan donde posarse.  María Teresa, sin embargo, plantea una reconstrucción espacial precisamente a través de esos objetos mínimos con los que establece una nueva y posible topografía. Sus objetos  son asertivos, se emplazan, instauran lugares, afirman presencias. Al espacio muerto de la violencia, esta artista opone un espacio vivo: el que se teje en  la relación entre su cuerpo y sus cosas. Frente al desorden inhumano de la guerra al que alude Doris, las acciones de María Teresa Salcedo instauran el orden humano de su particular intimidad.
En ambas artistas, a pesar de estas acciones aparentemente opuestas, hay una intención esencial de ennoblecer las cosas.  Si  Doris realiza ritos de duelo y sanación con objetos colectivos y sociales, en  la obra de María Teresa Hincapié hay un intento de sacralización de un espacio propio a través de sus objetos íntimos. Doris trata de devolverles su valor simbólico en un acto  de conciencia a los objetos devaluados, ultrajados, desechados de la guerra, mientras María Teresa  exalta, dignifica, respeta los objetos mínimos de la intimidad, convirtiéndolos en fetiches cósmicos que le aseguran la conexión con el cielo y la tierra. Pero las circunstancias son diferentes.  Mientras María Teresa busca la fuerza de la vida en las cosas, Doris, quien también entiende ese poder,  ha llegado demasiado tarde, cuando el cuerpo, sus objetos y su espacialidad han sido asesinados y por eso solo le quedan los rituales de duelo. Una está antes del desastre mientras la otra llegó después. Por esto mientras en Doris hay una serie de cuidados obsesivos por  los objetos después de su quiebre y deshonra,  María Teresa Hincapié les ofrece  esos mismos cuidados pero para que no vayan a quebrarse.
Es que ambas tienen alma de sanadoras. Y ambas saben que no hay cuerpo sin espacio, que no es posible el espacio sin el cuerpo. Que el espacio es la única manera de existir.  Y que a la mujer le ha faltado el espacio. Así, ante la ausencia histórica  del cuerpo femenino, María Teresa se erige como presencia entre estos objetos que instauran espacios positivos donde la mujer puede habitar terrenalmente.

Se hace espacio al andar

María Teresa Hincapié, El espacio se mueve despacio, performance


La búsqueda espacial de esta artista no se quedó aquí.  También exploró grandes extensiones como cuando en Hacia lo sagrado fue a pie de Bogotá a San Agustín  o a la Sierra Nevada,  o de Guadalajara a la tierra de los Huicholes  en México (Hacia los Huicholes, 1995). La acción que trabajó entonces fue la de caminar. La artista decía que no quería hacer cosas nuevas sino recordar las olvidadas. Y con estos peregrinajes recordó no sólo las grandes peregrinaciones místicas a santuarios como los de Santiago de Compostela, Monserrate  o la Virgen  de Guadalupe, sino los pies de los indígenas atravesando las montañas incesantemente en pos de sus sitios sagrados y cargados de energías. Los pies, una vez más los pies, miembros privilegiados de su anatomía no sólo fisiológica sino simbólica,  que ponían en marcha registros olvidados por un occidente que los invisibiliza, los calla y los niega. Ella los rescataba en su búsqueda del poder que da el caminar. Así, se convirtió en una caminante de  la eternidad. Una nómada de la eternidad, cometiendo aquí otra herejía porque el nomadismo ha pertenecido siempre al imaginario masculino frente a la mujer quien por su naturaleza pasiva supuestamente siempre debe esperar y aguardar.

ver también  http://anatomiacomparadacolmexx.blogspot.com/2011/05/mira-lo-que-me-mira.html

Tomado de GIRALDO, Sol A, Cuerpo de Mujer: Modelo para armar. Medellín, Editorial La Carreta, 2010T


[1] María Teresa Hincapié: “Hacia lo sagrado”. Catálogo Premio Luis Caballero. Galería Santa Fe, Bogotá, febrero 1998.



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